ORANDO EN CADENA

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31.10.10

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA, DÁDNOSLE HOY

Dadnos el alimento para conservar las fuerzas
del cuerpo; dadnos también el alimento espiritual para
el desarrollo de nuestro Espíritu.
El animal encuentra su alimento, pero el hombre
lo debe a su propia actividad y a los recursos de su
inteligencia, porque vos le habéis creado libre.
Vos le dijisteis: “Extraerás tu alimento de la tierra
con el sudor de tu frente”; por eso habéis hecho una
obligación del trabajo a fin de que ejercitara su
inteligencia buscando los medios de proveer a su
necesidad y a su bienestar; unos por el trabajo material,
otros por el trabajo intelectual; sin trabajo quedaría
estacionado y no podría aspirar a la felicidad de los
Espíritus superiores.
Secundáis al hombre de buena voluntad que
confía en vos para lo necesario, pero no aquel que se
complace en la ociosidad y que le gustaría obtenerlo
todo sin trabajo, ni aquel otro que busca lo superfluo.
¡Cuántos son los que sucumben por sus propias
faltas, por su incuria, por su imprevisión o por su
ambición y por no haber querido contentarse con lo
que les disteis! Estos son los artífices de su propio
infortunio y no tienen derecho de quejarse, porque
son castigados en aquello en que han pecado. Pero ni
aun a esos abandonáis porque sois infinitamente
misericordioso; vos le tendéis mano segura desde que,
como el hijo pródigo, regresen sinceramente a vos.
Antes de quejarnos de nuestra suerte,
preguntémonos si ella no es obra nuestra; a cada
desgracia que nos llegue, preguntémonos si no
dependió de nosotros evitarla; pero digamos también
que Dios nos dio la inteligencia para sacarnos del
lodazal y que depende de nosotros hacer uso de ella.
Puesto que la ley del trabajo es la condición del
hombre en la Tierra, dadnos ánimo y fuerza para
cumplirla; dadnos también prudencia, previsión y
moderación, con el fin de no perderle el fruto.
Dadnos, pues, Señor, nuestro pan de cada día,
es decir, los medios de adquirir con el trabajo las cosas
necesarias a la vida, porque nadie tiene el derecho de
reclamar lo superfluo.
Si nos es imposible trabajar, confiamos en
vuestra Divina Providencia.
Si está en vuestros designios el probarnos por
las más duras privaciones, a pesar de nuestros
esfuerzos, nosotros las aceptaremos como una justa
expiación de las faltas que hayamos cometido en esta
vida o en una vida precedente, porque sois justo;
sabemos que no hay penas inmerecidas y que jamás
castigáis sin causa.
Preservadnos, ¡oh Dios mío!, de concebir la
envidia contra los que poseen lo que nosotros no
tenemos, ni siquiera contra aquellos que tienen lo
superfluo, cuando a nosotros nos hace falta lo
necesario. Perdonadles si olvidan la ley de caridad y
de amor al prójimo, que les enseñasteis.
Apartad también de nuestro espíritu el
pensamiento de negar vuestra justicia, viendo la
prosperidad del malo y la desgracia que oprime a veces
al hombre de bien. Gracias a las nuevas luces que
habéis tenido a bien darnos, sabemos ahora que
vuestra justicia se cumple siempre y no falta a nadie;
que la prosperidad material del malo es efímera como
su existencia corporal y que tendrá terribles
contratiempos, mientras que la alegría reservada al que
sufre con resignación será eterna.

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